martes, 21 de febrero de 2017

Hacia la imaginación compasiva

Tengo que confesar que me entristece y me desespera la discusión en torno al texto que Valeria Luiselli publicó en El País, "El nuevo feminismo". Digo sin pudor que me "entristece" y que me "desespera", porque ¡JA! soy feminista y eso me hace estar convencida de que no es un pecado manifestar emociones en una discusión donde, según el viejo orden, "deben" primar la razón y los argumentos. También porque soy feminista, creo que es importante sentarnos con la cabeza fría y las manitas calientes a ponerle orden a ese aluvión de ideas que necesitamos poner en común. (Esto de no desestimar las emociones tiene que ver con esto que Ursula K. Le Guin dice aquí; y es algo a lo que, spoiler alert, volveré al final de este texto). Compartiré algunas de las reacciones que tuve hacia las ideas expresadas en la columna de Luiselli y ciertas ideas en torno a ellas pues, por desgracia, las reacciones se han discutido más que las ideas en sí, y quizá sería bueno poner en perspectiva a unas y a otras, hacer un esfuerzo por volver a lo que podemos extraer de esta discusión.

1. Primera reacción: el enojo.

Sí, confieso que soy culpable de enojarme de vez en cuando, un pecado que a las mujeres se nos perdona poco, pues según la educación que hemos recibido en las sociedades (¡agárrensennn, aquí viene una palabra que les choca pero cuya materialización sí existe y DA MIEDO!) heteropatriarcales nosotras representamos la ternura, la templanza, el instinto maternal y el amor que todo lo puede y lo soporta, etcétera (este videín explica muy bien por qué eso es terrible). 
El enojo no siempre es una explosión violenta y destructiva. También es indignación justificada, y una fuerza que ejerce un poderoso impulso para construir, para hacer algo al respecto de lo que nos lo produjo en primer lugar.

Me enojé cuando leí el texto de Luiselli. ¿Por qué? Bueno, porque El País es un foro muy visible, y Valeria es una escritora reconocida, así que lo que tiene que decir le parecerá importante a muchas personas y otras considerarán que es un texto confiable, bien informado, porque está publicado en un medio como ése (que por otro lado ya lleva años siendo una mala publicación). La relevancia de lo que dirá, además, se incrementa si tomamos en cuenta que pertenece a la intelectualidad mexicana, en concreto, la que vive ahora en Estados Unidos, donde ahora mismo se considera a los mexicanos personas non gratas. Se le añade otro piquito al considerar, también, que es una mujer que nació en un país con una tasa altísima de feminicidios, algo que el gobierno debería considerar emergencia nacional pero que no resulta urgente ni siquiera para algunos activistas sociales preocupados por otros temas importantes, como las desapariciones de estudiantes o la violencia cotidiana.

Tomando todo eso en cuenta, las expectativas son altas. Pobre Valeria, sí: es mucha responsabilidad. Pero es una que, creo, en momentos históricos terroríficos como éste todos deberíamos estar dispuestos a asumir en la medida de nuestra posición y de nuestros recursos. Si llevas una vida con más recursos y posibilidades, si a fuerza de páginas y páginas leídas y escritas te has forjado una carrera y un nombre y una posición desde la que te escuchará gente que no conoce el lugar de donde vienes, ni su belleza ni sus problemas ni sus llamadas de auxilio, es deseable que seas solidaria y los compartas. Que se nos lleve a otras partes, no nada más en la añoranza del hogar familiar o en el souvenir curioso, sino en la punta de la lengua, en el estómago, que a veces se achica de indignación. 

Yo también soy escritora, no una como Valeria Luiselli, desde luego (la felicito desde donde me encuentro: sé que aunque tenga una las mejores condiciones para hacerlo escribir no es fácil, ni debe serlo ahora: no tengo idea de qué haría yo para lidiar con el ansia de escribir y las obligaciones de ser madre). Pero tengo mis propias ideas sobre la escritura. No tienen que ser las de todo el mundo, ni las de todo el mundo-feminista, por supuesto.

Una de ellas es que lo mínimo que puedes hacer antes de escribir un texto de opinión que será leído con atención por muchas personas es (además de estructurar tus ideas, de preocuparte porque la prosa sea clara o bella, o las dos cosas) pensar en toda esa gente a la que los demás identificarán contigo, con tu lengua, con tu origen. Porque las personas no somos hongos, no nacimos espontáneamente y nos hicimos solas nutriéndonos de los minerales de la tierra: alguien nos cuidó, nos formó, nos arropó, nos hizo posibles. Y no sólo me refiero a quienes estuvieron detrás de ti, sosteniéndote emocional y económicamente mientras te formabas, sino a quienes trabajaron cuidándote (porque los cuidados no remunerados, ¡agárrense que ahí viene otra feministada! son parte fundamental de la estructura económica): tu madre, tu abuela, tus tías, tus empleadas domésticas. Quién te hacía de comer, quién hacía las tareas necesarias para que tuvieras una vida en la que la escritura fuese una posibilidad real, algo no muy común en un país como el nuestro. A eso le añadimos (ni modo, pero es así) el respaldo de todas las autoras que te precedieron, que soportaron menosprecios e insultos, y que con tesón, talento y valentía, crearon los espacios que tú puedes ocupar ahora, y que podríamos perder si no nos ponemos las pilas. 
Por eso quienes no tuvieron las mismas oportunidades esperan algo de nosotros, con toda razón. 

Yo, y esto no tiene por qué compartirlo todoelmundo, creo que además de a nosotras mismas, también a todo eso nos debemos cuando escribimos. Pero favor de no confundir: no se trata, como quisiera este gobierno fársico que tenemos, de "hablar bien de México", o "hablar bien del feminismo", en este caso, sino de todo lo contrario: hablar de lo que impide que esa vida o esas ideas que nosotros conocemos de forma íntima y positiva, tenga alternativas. No para glorificarla, sino para nombrarla, para que exista allá afuera, con sus cosas buenas y malas. Y en estos momentos, para oponernos a las estridentes voces que pretenden acallar luchas legítimas, como las de los migrantes hacia el norte, como las de las mujeres que salen a la calle a exigir que se respeten sus derechos, tanto porque nos están matando en nuestras casas y en las calles aquí, como porque queremos descolonizarnos allá.

Si tú, autora, te sientas a escribir que te da flojera que tus amigas sean monotemáticas con el feminismo, lo más probable es que no estés consciente de lo necesario que es salir a las calles con pancartas, lo cual es una suerte: nos alegramos por ti. Pero si estás ahí, en ese lugar donde puedes decir "¡Hey, miren, esto está pasando!" para ayudar a la gente a la que le URGE que respeten sus derechos para poder, ya no digamos, ejercer su derecho a la protesta, sino sobrevivir, pues estás siendo desconsiderada e irresponsable. Y eso enoja, no hay otra manera de decirlo, porque una puntada de ésas al resto de nosotras nos cuesta mucho tiempo y energía: Yo, en estas cuatro horas libres en las que no tengo que trabajar para ganar dinero, quisiera ponerme a escribir ahorita un cuento que no se deja acabar, pero no puedo: tengo que decir, primero, que esto me entristece y desespera. Porque si valoro lo que las escritoras tenemos que decir, porque si quiero que seamos cada vez más, que nuestras voces lleguen cada vez más lejos, no puedo dejar que se desacredite la lucha feminista nomás porque a una de nosotras el discurso le da flojera. No puedo darme el lujo de ser un hongo ni de ser irresponsable. Y me enoja también (¡agárrense, aquí viene otra!) confirmar eso de que este sistema nos mantiene ocupadas resolviendo sus asuntos y no los nuestros, es decir: explicándoles una y otra vez que los feminismos no quieren oprimir a los hombres, sino hacer más justa la vida de todas las personas, defendiéndonos de sus ataques y sus ofensas ("pinches feminazis malcogidas, envidiosas"); y no nos deja hacer lo que tenemos que hacer: dibujar murales espectaculares, escribir como fieras, tener sexo placentero, hallar vida en otros planetas, ser felices. Defender nuestro derecho a decidir sobre nuestros cuerpos, a amarlos tal y como son, a tener una vejez digna y a no tener miedo. Y eso pesa, y cansa.

2. Segunda reacción: la tristeza

Me entristece porque la confusión es grande y las necesidades urgentes: tenemos mucho por hacer, y seguimos perdiendo el tiempo en defendernos de la gente que no entiende que este asunto es, literalmente, de vida o muerte. Por desgracia, la opinión de Valeria Luiselli (tal vez no fue esa su intención, pero debió considerarlo) avala la de las multitudes que critican al feminismo con muchísimo encono, de los que nos hacen la vida imposible en las redes sociales y en la calle, que incluso nos amenaza de muerte para que "ya dejemos de estar chingando". Ya lo dije en este texto que escribí hace un tiempo: las feministas tienen la labor complicada de por sí aquí y en China, pero las causas que defienden son justas y benefician a toda la humanidad Si no estamos de acuerdo con lo que algunos de los feminismos plantean, informémonos (porque hay un cuerpo teórico y práctico abundantísimo, complejo y muy diverso) y dialoguemos con quien corresponda. Y si no nos importa esa discusión, o nos produce bostezos, como diría mi abuela: "Si no ayuda, por favor no estorbe".

3. Tercera reacción: el aburrimiento

Ah, sí, también tengo capacidad de aburrimiento, por fortuna, que si no sería como un péndulo condenado a ir de una cursilería tremenda (I hate hate es mi mantra) al rencor vivo (justificado, no me cansaré de decirlo), como Pedro Páramo.
¿Qué me produce bostezos?
Las opiniones miopes y desinformadas en torno a los feminismos. El argumento de que cualquier crítica es producto de la envidia, esa idea tan soberbia, mediocre y autocomplaciente de que sólo se puede disentir desde un anhelo frustrado, como si no contaran también la inteligencia, la congruencia y un mínimo sentido de la justicia. Que las discrepancias entre las diversas posturas feministas se sigan viendo como "linchamiento entre mujeres". Que algunas mujeres reduzcan el feminismo a "tener opciones" (¡como si la mayoría de nosotras las tuviera en México!) con el sonsonete de que está bueno ser feminista, pero por qué ser enojonas, y peludas, si podemos usar tacones y ser guapas según los estándares de belleza actuales. Sí, yo y mis tacones somos los primeros que se alegran con esa noticia: pero ¿y la importancia: la solidaridad con las otras, con el sufrimiento de las otras, las que no pueden o no quieren "escoger"? Me da pereza que no nos demos cuenta de que una parte de ese discurso que critica a las que con justa razón critican, sigan siendo complacientes con quienes de forma sutil o explícita siguen fiscalizando la manera en como exigimos lo que es justo. No es raro ver que estos textos no incomodan a muchos señores que se conducen con hipocresía y violencia en esta discusión. También me dan pereza quienes forman parte de la élite educada pero se siguen regodeando en los chistes cínicos sobre lo ridículos que somos quienes tenemos la voluntad de discutir y hacer crítica, algo que no es sino otra forma de descalificar. El silencio, la indiferencia y la falta de imaginación. Que aburridas son, pues, la arrogancia y la irresponsabilidad.

4. Cuarta reacción: la imaginación

Este es el ciclo de la vida de muchas de nosotras, las feministas. Ya estamos acostumbradas a que se nos trate de convencer de que las necesidades de la mitad de la población no son importantes, de que calladitas nos vemos más bonitas, de que si no lo pedimos bonito no cuenta, de que por eso nadie nos apoya, etcétera. Pero eso no nos ha detenido nunca. Porque sabemos que estamos ante el umbral de un cambio importante, de ahí la virulencia de las respuestas hacia lo que decimos: "Sí, toma tus derechos, pero me preocupa que se deseroticen los senos femeninos porque es uno de los privilegios que no estoy dispuesto a ceder. ¿Que tienes que darme permiso de tocarlos primero? ¡A mí me dijeron desde chiquito que eran míos! ¡NOOOOO!"

Valeria Luiselli menciona que una de sus amigas trabaja en un traje de astronauta que sea capaz de absorber el flujo menstrual de las portadoras para aprovecharlo como un recurso. Es emocionante que todos los trabajos acerca del cuerpo que numerosas feministas han hecho a lo largo del siglo veinte, desde la era Sputnik (como Luiselli lo ubica temporalmente) hasta la actualidad, se vaya concretando en proyectos como ése, y en muchos otros. Es decir: los feminismos, como la ciencia, como la historia, como el conocimiento humano, se van construyendo plural y colectivamente, a lo largo del tiempo. Quién sabe cómo nos verán las muchachas del futuro a nosotras, las que salimos con pancartas porque no podemos dejar de hacerlo, pero también nos dedicamos a imaginar superheroínas  o distopías donde hay puro vientre de alquiler o utopías donde la violencia contra nosotras forma parte de un pasado al que nunca más volveremos. En la imaginación nacen la compasión, la amistad y el futuro, ¿cómo no fascinarse ante ella? La imaginación es, no un sustituto para el feminismo "poco estimulante" que sí puede complacer al "analfabeta político" como decía Bertol Brecht (o los que sufren, qué suerte tienen, de "aburrimiento político"), sino una mancuerna indispensable, luminosa. 
Si una discusión nos produce bostezos: ¿por qué no contribuir imaginando nuevos caminos para ella? Muy probablemente nos daremos cuenta de que alguien ya lo hizo antes que nosotras. No importa: de eso se trata. Aprendamos, dialoguemos. Sigamos imaginando.

Se me ocurre que imaginación es con lo que podemos contribuir quienes escribimos. A eso se le podría añadir: imaginar compasivamente. Por lo menos, eso es lo que yo quiero hacer cuando escribo no sólo una opinión, sino las ficciones (ese lujo, esa alegría, esa discreta necesidad en las horas oscuras). Sí, hablar de mi experiencia, pero también imaginar otras, y honrar las que no son mías, pero que percibo día a día. Porque si no hablamos, no nos dejan existir: compruébenlo abriendo cualquier libro de la historia de la literatura, o del arte, o de la economía, o de la ciencia. 

"Escribo para grabar lo que otros borran cuando hablo", dijo Gloria Anzaldúa en su maravillosa carta a escritoras tercermundistas.

Eso es lo que deseo para mí, que he escrito muy poco, pero también para mis colegas, y para las autoras que vienen, eso que yo le aprendí a Gloria Anzaldúa y a Ursula K. Le Guin:

"Ahora, esto es lo que quiero: Quiero escuchar sus juicios. Estoy harta del silencio de las mujeres. Quiero oírlas hablar todas las lenguas, ofreciendo su experiencia como su verdad, como verdad humana, hablando del trabajo, sobre hacer, sobre deshacer, de comer, de cocinar, acerca de la alimentación, acerca de tomar una semilla y devolverla hecha vida, acerca de matar, acerca de sentir, de pensar; acerca de lo que hacen las mujeres; acerca de lo que hacen los hombres; sobre la guerra, la paz; acerca de quién presiona los botones y qué botones son los que se presionan y acerca de si presionar botones es, a largo plazo, una buena ocupación para los seres humanos. Hay un montón de cosas de las que quiero oírlas hablar.
Esto es lo que no quiero: No quiero lo que tienen los hombres. Estoy contenta dejándolos que ellos hagan su trabajo y hablar de lo que tienen que hablar. Pero no quiero y no voy a tenerlos aquí pensando o diciéndonos que la suya es la única manera de trabajar o de hablar válida para los seres humanos. No dejemos que nos quiten nuestro trabajo, nuestras palabras. Si pueden, si lo desean, dejémoslos trabajar con nosotras y hablar con nosotras. Todos podemos hablar la lengua materna, hablar con la lengua paterna, y juntos podemos tratar de escuchar y hablar ese lenguaje que puede ser nuestra verdadera manera de estar en el mundo; nosotros, que hablamos de un mundo que no tiene palabras, salvo las nuestras. Yo sé que muchos hombres e incluso algunas mujeres tienen miedo y se enojan cuando las mujeres hablan, porque en esta sociedad bárbara, cuando las mujeres hablan con honestidad hablan subversivamente, no pueden evitarlo: si se está por debajo, si te mantienen sometida, tendrás que salir, y subvertir. Somos volcanes. Cuando las mujeres ofrecemos nuestra experiencia como nuestra verdad, como una verdad humana, todos los mapas cambian. Hay nuevas montañas."*

Imagen: Aquí.


Imaginar, pues, otras maneras de estar en el mundo, de acercarnos a las desconocidas, de construir caminos hacia las que no son como nosotras, de reinventar la amistad entre mujeres y entre hombres y mujeres, el amor de pareja, el placer, la maternidad, la no maternidad, la soltería, la espiritualidad, la creación artística. Imaginemos nuevas maneras de estar ahí para luchar por los derechos de todas, las que marchan a nuestro lado y las que nos tiran de a locas, de las que no comprendemos y de las que no nos comprenden; otras maneras de estar ahí que no sean hablar nada más sino también escuchar y callar. 

Por suerte no, no hemos vuelto al "feminismo del pasado", de hecho, ése nunca se ha ido porque no hemos logrado aún todo lo que nuestras predecesoras imaginaron. Estamos ante una posibilidad inmensa, ante un lienzo enorme que no está en blanco, pues contiene todas esas luchas, todas esas experiencias, pero promete infinitas combinaciones. Lo que estamos experimentando no es nuevo, y al mismo tiempo, es inédito, porque nosotras ya hemos comprobado que podemos hacer que el mundo cambie. Es natural que a quienes no les convenga tengan miedo, y prefieran que las cosas se queden como están. ¿Se dan cuenta de que estamos al filo de un terremoto como pocas veces lo ha habido? 

Seamos volcanes, cambiemos el paisaje. Hagamos que se alcen esas nuevas montañas.


*Now this is what I want: I want to hear your judgments. I am sick of the silence of women. I want to hear you speaking all the languages, offering your experience as your truth, as human truth, talking about working, about making, about unmaking, about eating, about cooking, about feeding, about taking in seed and giving out life, about killing, about feeling, about thinking; about what women do; about what men do; about war, about peace; about who presses the buttons and what buttons get pressed and whether pressing buttons is in the long run a fit occupation for human beings. There's a lot of things I want to hear you talk about.
This is what I don't want: I don't want what men have. I'm glad to let them do their work and talk their talk. But I do not want and will not have them saying or thinking or telling us that theirs is the only fit work or speech for human beings. Let them not take our work, our words, from us. If they can, if they will, let them work with us and talk with us. We can all talk mother tongue, we can all talk father tongue, and together we can try to hear and speak that language which may be our truest way of being in the world, we who speak for a world that has no words but ours. I know that many men and even women are afraid and angry when women do speak, because in this barbaric society, when women speak truly they speak subversively - they can't help it: if you're underneath, if you're kept down, you break out, you subvert. We are volcanoes. When we women offer our experience as our truth, as human truth, all the maps change. There are new mountains.

Discurso de inicio de cursos para las estudiantes del Bryan Mawr College, 1986.

8 comentarios:

  1. Esperanzador, Gabriela. Muchas gracias.

    Un abrazo solidario.

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  3. el problema no es que Valeria bostece cuando sus amigas llevan pancartas a las marchas, incluso considero sumamente necesario salir a la calle con pancartas ya seas hombre, mujer, quimera o bestia, el problema está en la mala popularización del concepto, es decir el feminismo se ha convertido en nuestros días en una moda fantoche, el problema radica en qué piden esas pancartas y cómo lo piden, lo que hizo Valeria es algo que muchas hemos pensado pero pocas hemos hecho, quejarse abierta y públicamente del feminismo moderno, pues a mi parecer el feminismo moderno poco a poco se ha retorcido hasta llegar a convertirse en un nuevo tipo de violencia, y donde el absurdo crece día con día, ¿porque nostras mismas nos etiquetamos como las brujas, las putas, las malas, las mal paridas,las victimas? entiendo la idea de rede significar la palabra buscando quitarle lo peyorativo para empoderarse del significado, sin embargo dudo mucho que apropiarse signifique reiterar el mal uso, reiterar que somos las mártires de este mundo moderno, y no se confundan es cierto que somos victimas de este país y su violencia, pero ¿no lo somos todos?, entre mas lo pienso pareciera que lo único que tiene para decir el nuevo feminismo es "yo soy mas importante" morras lo estamos haciendo mal, en teoría deberíamos estar a favor de cualquiera que promueva la libertad y el respeto, siempre y cuando lo haga con libertad y respeto, entonces ¿porque no me siento abrazada por mis nuevas hermanas? y en cambio ¿me siento intimidada y resagada con sus nuevas formas de exigir respeto? que además considero violentas, pienso que tiene que ver con lo que nos esta pasando a todos en el hoy, los ismos están colapsando, al sistema se le agotan las mascaras y así como el Internet revela y reúne, también engaña y disuelve, La red social es la plataforma ideal para desinformamos y separarnos, estoy en pro de que el mundo busque su postura, pero quizás si antes de vestir una camiseta con cualquier eslogan y levantar el puño, nos ocupáramos tan sólo un poco en nutrir nuestra postura, a través de la información, si, pero también a través de otras posturas , de otras personas, del otro. Entonces con gusto levantaria mi pancarta: "todos necesitamos una vida mejor"
    y si Valeria es ó no una escritora ricachona y consentida por los medios, no debería ser ese un impedimento para escucharla, porque entonces nuevamente estamos segregando.

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    1. Parece que no leíste el texto que comentas, o que no sabes qué son los feminismos. Tu comentario, por otra parte, es lo que alabas: una queja, y no se puede tomar en serio.

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    2. Mucho gusto, Silvia. Te pido un favor, debido a que desconozco el significado: ¿me explicas qué es el feminismo moderno y en que se diferencia de otro / s? Saludos y gracias.

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    3. Dear sister in distress por favor vuelve a leer este texto con calma y aprende a poner tus ideas en orden. Investiga teoría feminista, leer no hace daño. Me da la impresión de que tu comentario se basa en los memes que te llegan por la red. Si vives en el DF te recomiendo que vayas a la Expo sobre feminicidio que está en el Museo de la Memoria y Tolerancia.

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  4. No encuentro tus estrellas sin contar, las necesito...

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