miércoles, 24 de enero de 2018

El mundo es un bosque, el nombre es el mundo



Llegué a la obra de Ursula K. Le Guin por el querido Ricardo Bernal y su Diplomado en Literatura Fantástica y Ciencia Ficción. Leí El nombre del mundo es bosque y poco a poco lo demás, con la seguridad de que leerla era como platicar no con una persona, no con una autora, sino con la voz más sabia que se escuchaba en ese lugar al que acudo en mi cabeza cuando leo, esa inmensa habitación, a veces ese inmenso bosque. Las palabras de Le Guin me significaron lo que el tronido del rayo o el gorjeo del ave o el susurro de las hojas: belleza, revelación, alegría; como si la voz humana fuese una fuerza natural en sí misma, llena de verdad y potencia. Como si las palabras, lo más opuesto a la naturaleza, fuesen una parte noble y digna de la naturaleza. Como si de pronto se hubiese manifestado en la voz de esa mujer, tan risueña como grave, para comunicarnos algo. 

Luego, cuando empecé a aceptar la idea de que yo sería una escritora, me harté de las posibilidades que me esperaban (el suicidio -porque escritoras=mujeres locas, el alcoholismo, la depresión, la vida malvivida para bienvivir estúpidamente en el postmortem de la gloria literaria) y comencé a coleccionar biografías de autores felices. La lista no es muy larga pero la encabezaron Bradbury y Le Guin. Cuando YouTube nos bendijo con los videos más oscuros y olvidados a disponibilidad de cualquiera, vi claramente lo que me atraía de mis candidatos a modelo a seguir: se la pasaban muertos de la risa, a pesar de la evidente vulnerabilidad en la que quedaban al hablar con absoluta honestidad. 

Pero Ursula, además, era fiera sin dejar de ser decente, crítica implacable, con una inteligencia tan inseparable de la dulzura y tan lejana a la condescendencia, tan ligada, también, a su condición de mujer, que me obligaba a contrastar sus opiniones con mi propia vida. "La búsqueda de la alegría es la verdadera búsqueda humana. Por eso nos reunimos aquí", dice en uno de esos videos. "No del placer: eso lo busca cualquier hámster". Ursula K. Le Guin, en la vida y en la obra, no presentaba ninguna dicotomía, ninguna necesidad de pérdida en la elección: ninguna necesidad de preguntarse si era o no el monstruo que aquí todas tememos ser (En español: ¿Qué hacer con el arte de hombres monstruosos?)

No lo era. 

(Por favor, véanla morirse de la risa/ hacer una dura crítica al fandom de SF/ser implacablemente feminista/usar un gorrito de propulsión/proponer una forma de aprovechar mejor el espíritu comunitario de los lectores de subgénero sin dejar nunca de ser amable en esta conferencia en la WorldCon de 1975):




Desde entonces UKLG me acompañó (a mí y a la familia literaria que hoy la lloramos) no sólo como las autoras acompañan a sus lectoras sino también como invisible maestra, inmerecida amiga, admiradísima colega involuntaria. Ursula Le Guin no sólo me hizo crecer como lectora, sino también como una autora de la imaginación fantástica y como una autora que hace crítica. Y también, ay, como persona: la clase de cosas que pueden decirse sin pudor en el caso de una autora como ella, que siempre obligaba a pensar en la responsabilidad de una para con los demás y con el mundo.

Hace unos cuatro años, el buen Jonathan Minila me preguntó si tenía algún tema interesante para dar una charla literaria sobre sexualidad femenina en Bellas Artes. Me invitó, pues, a proponerle algo, con la libertad total para elegir tema y conferenciantes. Pensé, necia como siempre, en hacer un pequeño acto de terrorismo CF y le propuse que habláramos sobre La mano izquierda de la oscuridad, la novela sobre el planeta Invierno donde el género no existe sino como una condición que dura cinco días y permite la reproducción y el placer. ¿Las ponentes? Verónica Murguía, Libia Brenda y yo, para completar el trío de locas enamoradas de las ideas, el corazón y la imaginación de Le Guin, a quien desde mucho antes de esa oportunidad considerábamos relevante y señera para cualquier ámbito desde el que se quieran diluir y cuestionar fronteras (estética, política y vitalmente).



Esa noche fue muy especial. Recuerdo a las amistades que fueron, la anécdota que Verónica contó respecto a la carta que, de puño y letra, recibió de la mismísima Ursula, lo mucho que reímos, los zapatitos rojos que usé, la gente que hasta ese momento no había leído a UKLG y le acabamos contagiando las ganas de hacerlo. Ahí también, esa noche, conocimos a nuestro querido David Venegas, quien ya había contactado a Libia con la idea de formar lo que en un futuro sería el Cúmulo de Tesla. Para mí (quizá para Vero y Libia también), esa noche marcó el inicio de la cariñosa insistencia de hablar de ella, de sus luminosas historias y sus grandiosos ensayos. De cinco años para acá, el mundo se fue poniendo más oscuro y terrible; y curiosamente, la voz de Le Guin comenzó a resonar con más fuerza. Su constante crítica a la violencia, al capitalismo, a la discriminación de toda clase, era un faro sensato en un mar de odio. Basta recordarla dando este discurso, o escribiendo esto respecto a la era Trump y la protesta conducida por la comunidad de la reserva india de Standing Rock: The Election, Lao Tsu, a cup of water.

En fechas recientes, Verónica, Libia y yo participamos también en la campaña de Kickstarter liderada por Arwen Curry para crear el documental Words of Ursula K Le Guin, que revisa su vida y su obra en voz de la misma Ursula e ilustre compañía. (Pueden ver aquí el trailer y acá una intervención de la autora, hablando de que la recompensa del arte es, de hecho, hacerlo). Y hace poco, planeando las actividades para el 2018, pensamos en organizar alguna charla o ciclo de conferencias en torno a nuestra autora y al documental, que está en postproducción, a punto de ver la luz. La avanzada edad de Ursula ya pendía sobre nuestras cabezas como una sombra, y aunque quizá yo era la que más invocaba este día ("Debería pasar esto y esto otro antes de que se vaya", dije quizá demasiadas veces), el primer día en que ella ya no está en este mundo, dejándonos sin una buena porción de luz; me doy cuenta de que nunca creí que fuera posible que Ursula K Le Guin muriera. Una fe boba e inconsciente me decía que, en el fondo, nuestra abuela, de entre todas nuestras abuelas, sería eterna.

O quizá no tan boba.

Estoy ahora mismo en París, haciendo un viaje que significa mucho para mí y pensé que no haría, y que ya venía teñido de melancolía, por otras razones. Me entusiasmaba la idea de lo que leería en el trayecto, en las noches antes de apagar la luz en la Ciudad Luz. La pérdida de mi Kindle y la premura propiciaron que tuviera que elegir un solo libro, uno. Tortura. El de Dumas ocupaba demasiado espacio, el de Apollinaire, bueno, es un PDF. El de Houellebecq (Sumisión) cumplía con la ventaja de ser flaco y de política ficción, pero ay, a regañadientes, porque Houellebecq es, de hecho, mi contraejemplo de autor feliz, no-misógino, etcétera. Pasé el dedo por el lomo de El nombre del mundo es bosque, alegato ecológico, iracundo y bello, que tengo muchas ganas de releer y platicar con los cumularios. Pero lo dejé para mi regreso: quiero leer sobre París, le reconvine a mi memoria. Cuando me enteré de la noticia al bajar del avión, recordé esa sensación que me embargó después de que mi abuelo muriera porque días antes había dicho "Este fin de semana no iré a verlo, pero el próximo sí". Recuerdo y atesoro la última conversación que tuve con mi abuelo.

La última conversación que tuve con UKLG fue Lavinia, que nos llevó a la Eneida, y luego, a Dante. Y fue una bonita y duradera conversación.

Hoy, escribiendo este batiburrillo, recuerdo que París es el lugar en el que Ursula y Charles Le Guin se enamoraron, y que ella escribió una historia llamada April en Paris. Corro al librero electrónico de Apple y en dos segundos tengo conmigo otra conversación con UKLG por delante. Qué suerte. Pienso qué dicha sería si todos nos pudiésemos dejar en trozos para que quienes nos amaron puedan recolectarnos y redescubrirnos.



Gracias, involuntaria abuela, por ser tan prolífica, tan sabia, tan generosa, por hacer del mundo una palabra y de la escritura una posibilidad para nosotras. Te quiero y te querré todo lo que puede querer una persona a otra sin conocerla nunca sino a través del milagro de la literatura, donde un corazón puede tocar a otro, donde una mente puede advertir a la otra de los peligros y las bellezas de esta vida. Qué fortuna haber coincido contigo en esta trama del espaciotiempo.

Arwen Curry compartió en la comunidad de Worlds of Ursula K. Le Guin este poema sobre la escritura. Lo traduje llorosa y feamente en la sala de espera del aeropuerto. Encontrarán mi versión al final.


Long ago when I was Ursula 
writing, but not “the writer,”
and not very plural yet, 
and worked with the owls not the sparrows, 
being young, scribbling at midnight
I came to a place
where the road turned  and divided, 
it seemed like,   
going different ways,  
I was lost.  
I didn’t know which way.  
It looked like one roadsign said To Town  
and the other didn’t say anything.  
So I took the way that didn’t say.  
I followed  
myself.  
“I don’t care,” I said,  
terrified.   
“I don’t care if nobody ever reads it!  
I’m going this way.”  
And I found myself  
in the dark forest, in silence.  
You maybe have to find yourself,  
yourselves,  
in the dark forest.  
Anyhow, I did then. And still now,  
always. At the bad time.  
When you find the hidden catch  
in the secret drawer  
behind the false panel  
inside the concealed compartment  
in the desk in the attic  
of the house in the dark forest,  
and press the spring firmly,  
a door flies open to reveal  
a bundle of old letters,  
and in one of them  
is a map 
of the forest  
that you drew yourself 
before you ever went there. 
         The Writer At Her Work: 
I see her walking 
on a path through a pathless forest, 
or a maze, a labyrinth.
As she walks she spins, 
and the fine thread falls behind her 
following her way, 
telling 
where she is going, where she has gone. 
Teling the story. 
The line, the thread of voice, 
the sentences saying the way. 

         The Writer On Her Work: 

I see her, too, I see her 
lying on it. 
Lying, in the morning early, 
rather uncomfortable. 
Trying to convince herself 
that it’s a bed of roses, 
a bed of laurels, 
or an innerspring mattress, 
or anyhow a futon. 
But she keeps twitching. 
There’s a lump, she says. 
There’s something 
like a rock—like a lentil— 
I can’t sleep. 
There’s something 
the size of a split pea 
that I haven’t written. 
That I haven’t written right. 
 I can’t sleep.   
She gets up  
and writes it.  
Her work  
is never done. 
—Ursula K. Le Guin, from “The Writer on, and at, Her Work” 

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Hace mucho, cuando yo era Ursula
escribiendo, pero no "la escritora"
Y no muy prolífica todavía,
Y trabajaba con los búhos, no con los gorriones
al ser joven, garabateando a media noche
Llegué a un lugar
donde el camino viró y se bifurcó
Parecía que
al ir por diferentes vías,
estaba perdida.
No sabía para dónde ir.
Era como si un señalamiento dijera "A la Ciudad"
y el otro no dijera nada.
Así que tomé el camino que nada decía
Y me seguí
a mí.
"No me importa", dije,
aterrada
"No me importa si nadie lo lee nunca!"
"Yo me voy por aquí"
Y me encontré a mí
En el bosque oscuro, en silencio.
Tal vez tienes que encontrarte 
tienen que encontrarse a ustedes
en el bosque oscuro.
Como sea, yo lo hice entonces. E incluso ahora, 
siempre. En los malos momentos.
Cuando encuentres el truco escondido 
en el cajón secreto
detrás del panel falso
dentro del compartimento sellado  
en el escritorio, dentro del ático
de la casa en el bosque oscuro
y presiones el resorte con firmeza
una puerta se abre para revelar 
un bonche de cartas viejas
y en una de ellas
hay un mapa
del bosque 
que tú misma dibujaste
antes de que siquiera fueras a ese lugar 
         
       La Escritora En Su Trabajo: 

La veo caminando
en un camino a través de un bosque sin caminos
O en un rompecabezas, un laberinto
Conforme camina, ella hila 
y el fino hilo cae detrás de ella
siguiendo su camino
contando 
adónde va a ir, adónde ha ido.
Contando la historia.
La línea, el hilo de voz
Las oraciones diciendo el camino

         La Escritora Sobre Su Trabajo:

La veo, también, la veo
descansando sobre él.
acostada, temprano en la mañana,
bastante incómoda 
Tratando de convencerse a sí misma 
de que es un lecho de rosas 
una cama de laureles,
o un colchón de resortes
o como sea, un futón
Pero se sigue crispando
Hay un bulto, dice
Hay algo 
Como una piedra —como una lenteja—
No puedo dormir.
Hay algo
del tamaño de un guisante partido a la mitad
que no he escrito
que no he escrito bien.
No puedo dormir.

Ella se levanta 
y lo escribe 
Su trabajo 
nunca acaba. 


—Ursula K. Le Guin, de “La Escritora en, y sobre Su Trabajo”