domingo, 24 de mayo de 2020

¿Qué se dice cuando una gana el James Tiptree, Jr. Award (Hoy Otherwise Award)?


No tenía ni idea. Cuando recibí este correo, tuve que hablarle por teléfono a Libia (Brenda) y a Verónica (Murguía) para que me explicaran de qué se trataba. No entendía, no lo podía creer.
Muchos años antes, cuando aún veía la tele, me topé con El Club de Lectura de Jane Austen, una comedia romántica que me gustó enseguida por, cosa curiosa, su personaje masculino: Grigg Harris, un friki de la ciencia ficción que de pronto se ve intentando enamorar a una guapa dentro de un círculo de amigas que han decidido a leer a Jane Austen. Para el muchacho, Austen es todo un descubrimiento, pues sus referencias principales son, ya se sabe, poco valoradas por el canon mundial de la Literatura De Verdad. Cuando Grigg se esfuerza por mostrarle a la protagonista quién es él, qué es lo que tanto ama, la lleva a una librería de viejo y le muestra todos los libros de ciencia ficción que son sus favoritos y que, en realidad, han sido escritos por mujeres usando un seudónimo. La protagonista ya no le hace tanto el feo a partir de ese momento. Sin saber muy bien por qué, en esa escena se me salió una lagrimita (no sabía que se convertiría en mi GIF favorito en el futuro):
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Meses después encontré en una librería la novela en que se basó la película, escrita por Karen Joy Fowler. Descubrí que ella misma era autora de ciencia ficción, ¡e incluso fundadora de un premio de ciencia ficción feminista, el James Tiptree Jr., Award! Otra autora encubierta por el nombre masculino de Grigg, su personaje. Atesoré la ironía. Yo apenas estaba descubriendo a todas esas mujeres que, como yo, amaban profundamente las historias imaginadas en otros tiempos, espacios y planetas; unos años atrás había descubierto  a Ursula K. Le Guin, quien poco a poco fue convirtiéndose en una presencia definitiva y hermosa en mi cabeza y corazón, y a James Tiptree Jr., Alice Sheldon, a su genial obra y su atribulada vida. Intensifiqué mi búsqueda de esas autoras (y de las muchas otras de las que nunca había oído hablar). Y no mucho tiempo después me convertí, yo misma, en una autora que jugaba a lo mismo que jugaban ellas.
      Varios años después, ese miércoles de la primavera de hace un año, de pronto me vi estupefacta frente a ese mensaje de Margaret McBride: yo había ganado el James Tiptree Jr., Award. No lo creía posible, a pesar de que una de mis ocupaciones en esta vida es la de creer que son posibles situaciones/personas/objetos que ni siquiera existen aún. Alguien (por favor, díganme quién fue, para besarle las manos) leyó Soñarán en el jardín y lo nominó, pues así de generosa es la convocatoria: cualquier persona puede proponer para el premio una obra destacada. Claro que primero fue traducida al inglés por la talentosa Adrian Demopolus, gracias a que el querido Alberto Chimal lo incluyó en su dossier sobre literatura especulativa latinoamericana en Latin American Literature Today. Esa historia que pretende abordar con esperanza una de las parcelas más terribles de la cotidianidad de las mujeres en México, y que escribí con el corazón en la mano, con desesperación y tristezahabía ganado el premio más bonito que existe, a mi juicio, claro, porque es el premio que han ganado las autoras que me son más entrañables: 
Cuando por fin pude creerlo, y los preparativos para ir a la ceremonia de premiación se hacían inminentes, me di cuenta de lo que vendría: tendría que dar un discurso. ¿Qué se dice cuando una gana el James Tiptree, Jr. Award? Tendría que escribir ese discurso en una lengua que no era la mía. Tendría que dar las gracias a mucha, muchísima gente. Y quizá ese discurso tendría que ser algo más que dar las gracias: otorgarle ese premio a una mexicana durante las tensiones entre EUA y México debido a la migración era un gesto político importante. Me sentí abrumada por la responsabilidad de representarnos adecuadamente (a las escritoras mexicanas, latinxs, hispanoparlantes, de literatura especulativa, a mis compañerxs de la #MexicanXInitiative, a las feministas activistas, qué se yo), un deber que, creo, yo solita me exigí asumir (aunque no me arrepiento de haberlo hecho). Confieso que me paralicé, francamente. También me paralicé cuando recibí un aluvión de felicitaciones en redes, y la atención mediática que surge en estos casos. Y me paralicé a tal punto que recibí con alegría las dádivas, pero también con angustia y torpeza. Incluso dejé sin concretar correos, entrevistas y peticiones porque me rebasaron: no tenía nada de orden ni en la cabeza ni en mi tiempo, y hasta me hice bolas con la renovación de mi pasaporte. Por poco me echo a perder el viaje, gulp. Un año después, apenas siento que recobré el control del tiempo, la concentración y las nuevas responsabilidades. ¡Fiu!
      (Cuento esto porque en Escritoras y Cuidados nos hemos hecho la promesa de escribir la historia de nuestras escrituras con todo lo que ello implica: los momentos extraños, erráticos, desconcertantes, como una ofrenda, un obsequio para las demás. ¡Porque así es! Difícil y retador e incómodo, pero con sus recompensas enormes. También lo digo para que no desaparezca, para no sentirnos solas en la confusión nunca más).
      En los meses entre el anuncio y la ceremonia, tuve que pasar por varias pruebas para llegar a ese momento nodal del discurso, como ir y venir de Acapulco la misma jornada (dos días antes del viaje) a renovar mi pasaporte porque en la Ciudad de México ya no había citas...

                                         
(Felicidad posterior cuando mi papá y yo nos fuimos a pasear al mar y a comer tacos de camarón para festejar después de haber triunfado con la burocracia). 
      ...Otra fue que mi mamá y yo perdimos el vuelo a Wisconsin por culpa del desmadre que se hace en el aeropuerto de Dallas, y por ende tuvimos que rogar porque nos pusieran en otro vuelo a Madison pronto. Por suerte, gracias a la generosidad de alguien que nos cedió su lugar, esa misma noche conocí a las maravillosas personas que conforman el James Tiptree, Jr. Award y la WisCon. Un día después, Margaret, la jefa del jurado, quien me había escrito aquella carta, me puso la tiara. 

Pocas veces en mi vida he sentido una alegría tan genuina, tan similar a la que llegué a sentir de niña en momentos muy puntuales. La Motherboard (la junta directiva, que no podría tener un nombre más genial) sabe lo que hace: todo en torno al premio está diseñado para sentirte feliz, apapachada, reconocida. Que lo que hiciste importa, y suma algo bueno al mundo. Una de las sorpresas fue que Mariana Palova, querida cómplice en la MexicanXInitiative, fue la comisionada para realizar el bellísimo arte de Soñarán en el jardín que fue mi obsequio. ¡Gracias, Mariana :,)!
   Acá unas fotos que Arrate, quien de inmediato se convirtió en una amiga entrañable para mí, me/nos tomó.


Y la última prueba era sobrevivir a la ceremonia de premiación: a dar el discurso. Mi mayor preocupación era evitar que durante su lectura me entrara la chilladera rrrecio o que se me hiciera voz de Shakira destemplada o que de plano el nudo en la garganta ya no me permitiera decir nada. Acudí a nuestro santopatrono, Guillermo del Toro, a preguntarle qué haría él en mi lugar.

Estuve escribiendo el discurso aún durante la WisCon, antes del amanecer, con la tiara puesta (y en bata). POR SUPUESTO QUE LLORÉ, por supuesto que se me hizo voz de Shakira, por supuesto que llegó un punto en que no pude decir nada más. Pero ¿saben qué? No importó. No pasó nada. Alguien, mientras yo hablaba, me acarició la espalda, animándome a seguir, con paciencia y cariño. Y otras personas, desde las mesas, lloraban conmigo.
      Para terminar la ceremonia, cuyo menú estaba compuesto únicamente por postres de chocolate, la WisCon entera me dio una serenata. Es una de sus tradiciones: le cambian la letra a una canción famosa para hablar de la obra ganadora del Tiptree. Pensar lo doméstico (gracias, Ale Eme Uve) hizo un hermoso video con el material que mi mamá capturó con su teléfono. La hermosa letra es de Sumana Harihareswara. 

Me resulta difícil transmitir lo agradecida que estoy todo lo que viví esos días . Todo fue un inmenso regalo, cada instante una dicha distinta. Conocer a personas valientes,  genuinamente interesadas en vivir en otra clase de mundo: uno más afectuoso, generoso y libre. Bailar y carcajearme y beber y hablar en un espacio absolutamente desprovisto de violencia, pleno en alegría y camaradería. Que mi mamá pudiera acompañarme, que yo le pudiera dar esa satisfacción. En la WisCon la ciencia ficción sí es algo divertido, o interesante o chistoso, pero también, en su plenitud política, es una forma de (no) estar en el mundo al poner un empeño verdadero en construir uno más amable en el aquí y el ahora.
       Atestiguar que eso era posible fue otro invaluable obsequio.
Estaba decidida a volver en el 2020, a reencontrarme con Arrate y con Margaret y Darrah, Ritchie, Bill y Nissi, Gavin, Meghan y Eugene y toda la gente maravillosa con la que compartí la pista de baile, los paneles, el chocolate. No imaginé que sería la última ganadora del premio con ese nombre, el James Tiptree, Jr. Award, que pasaría a convertirse en el Otherwise Award, por razones que vale la pena conocerNo imaginé muchas otras cosas que ocurrirían, por supuesto. 
      A finales del 2019, estaba emocionada por la perspectiva de regresar también a la fiesta de lanzamiento de Boundaries and Bridges, volumen de las Crónicas de WisCon en el que participé con un ensayo sobre toda esta experiencia. Y no solo eso: gracias a la querida Isabel Schechter y a la genial Michi Trota, el cuento en español también se incluyó en un esfuerzo por animar a la comunidad latina e hispanoparlante a sentirse más cerca de la ficción especulativa en Estados Unidos. Ya empezaba a planear el viaje, sin pasaporte vencido de por medio, cuando el SARS-COV-2 nos recordó las numerosas fragilidades sobre las que se sostiene la vida humana. 
Pero lo fascinante del futuro, bien lo sabemos quienes lo escribimos, es que no hay una manera infalible de anticiparse a él; y hoy, mientras veo la hilarante subasta del premio Otherwise por YouTube (pues la Wiscon 44 es virtual este año, como tantas otras cosas) escribo estas líneas con una mezcla brumosa de nostalgia, miedo y alegría. Porque, a pesar de que hay una pandemia global consumiendo todas nuestras fuerzas vitales en estos momentos, está la voluntad de resistir e imaginar. De conservar esa tregua con la vida, ese pequeño reducto de creación y amistad y risa.      
      Aquí les dejo el último discurso del James Tiptree, Jr. Award en mi lengua materna (en el libro, que ya está disponible, sólo viene en inglés). Ojalá funcionara como un amuleto para el futuro. Por lo menos, creo que puede quedar como un recordatorio entusiasta de que es posible vivir de otra manera. Otherwise.


Discurso de aceptación del James Tiptree, Jr. Award, WisCon 43



Gracias. Estoy increíblemente agradecida, esto es, no exagero, un sueño hecho realidad. Quiero darle las gracias a la Motherboard: Pat Murphy y Karen Joy Fowler, Margaret McBride, Jeanne Gomol, Sumana Harihareswara, Alexis Lothian, Jeffrey Smith, y a Arrate Hidalgo, Ritchie Calvin, Jim y Anne; y a quienes organizan la WisCon número 43, a sus participantes y voluntarixs quiero darles las gracias por su generosidad y amabilidad conmigo y con mi mamá. Gracias de todo corazón por este reconocimiento hacia mi trabajo en particular, pero también por todo el trabajo que han hecho desde el origen de este premio, y por el trabajo que cada una de ustedes hace todos los días para mantener vivas a la imaginación, el arte y la esperanza a través de la fantasía y la ciencia ficción. Vivir en el capitalismo es duro, pues desea reclamar nuestra energía y nuestro tiempo por completo, pero ustedes resisten con valentía. Quiero corresponder al hermoso cumplido que me han hecho con este premio: gracias a ustedes, gracias al camino que han forjado y a las oportunidades que construyen en el presente, autoras como yo podemos imaginar, soñar y escribir.
Tal vez no lo sepan, pero siempre he estado rodeada de ustedes. Como Grigg Harris, el personaje en El club de lectura de Jane Austen de Karen Joy Fowler, las historias fantásticas han sido mi refugio, mi consuelo, mi laboratorio personal de realidades. Realidades más amplias, quiero decir. Traje un par de libros de mi biblioteca que han significado mucho durante mi vida como lectora, novelas y cuentos traducidos al español por personas cuyos nombres ni siquiera aparecieron en los libros la mayoría de las veces. Sin el entusiasmo de quienes los tradujeron y editaron a pesar de la falta de reconocimiento a su labor creativa y el trabajo increíblemente complejo que realizan, jamás habría podido encontrar esos espíritus y mentes afines a la mía. La traducción es como un ansible: un dispositivo de comunicación que nos otorga riqueza y conocimiento, diálogo y entendimiento entre culturas, formas de mirar al mundo, comunidades y personas. Las traducciones son el mensaje dentro de una botella generosamente entregada al mar que encontrará a quienes necesitaban leerlo. Quienes traducen hacen la gran labor de crear más posibilidades para las amistades improbables, de transformar nuestra percepción a través del diálogo,  de hacernos sentir menos solxs en este planeta. Me siento agradecida por formar parte de este hermoso proceso, que se extiende a lo largo del tiempo y el espacio. Así que también quiero dar las gracias a todas las personas que traducen, especialmente a Adrian Demopulos, quien me prestó su voz al traducir espléndidamente Soñarán en el jardín y lo convirtió en They Will Dream in the Garden. Gracias también a George Henson y Latin American Literature Today por publicarlo.
Las historias en sí mismas son una manera de traducir nuestras realidades de tal manera que podamos entender qué está ocurriendo, o qué sentido tiene lo que nos ocurre. Ese fue el caso de Soñarán en el jardín. Como quizá ya saben, nueve mujeres son asesinadas a diario en México sólo por ser mujeres. Nueve vidas, nueve futuros, nueve posibilidades para la felicidad y el cambio. ¿Cómo lidiar con esta realidad? Como parte de nuestra grandiosa, maravillosa Abya Yala, como parte de Latinoamérica, México es un hermoso lugar, pero también puede ser cruel. Nuestro presente es producto de las inequidades establecidas durante siglos de colonialismo y explotación capitalista. Desafortunadamente no estamos solas en esto. La normalización de la violencia contra las mujeres, y la violencia contra la idea de Lxs Otrxs, el auge de las ideas fascistas, está ocurriendo a escala mundial. El panorama parece tan oscuro que da miedo. Sin embargo, recordarán que, como nos enseñaron las Benne Gesserit, el miedo mata la mente. Y como Ursula K. Le Guin nos dijo: “cualquier poder humano puede ser resistido y transformado por los seres humanos”. Las madres de las niñas y mujeres asesinadas no dejarán de pedir justicia. Las familias de las personas desaparecidas seguirán buscándolas, vivas o muertas, sin descanso. Las comunidades originarias luchan por la tierra, por el agua, por la libertad. Su fortaleza y valentía, que el resto debemos apoyar, y propiciar su crecimiento, también son parte de esta realidad oscura. No todo es desesperanza. De hecho, nos muestran cómo es la esperanza. No es nada sencillo, por supuesto. Pero es posible.
Tenemos que imaginar posibilidades, construir ventanas y forjar llaves que abran las puertas cerradas del tiempo presente. Estoy convencida de que la literatura imaginativa puede ayudarnos a hacer esta tarea con una gozosa eficiencia difícil de hallar en otras formas de literatura. Quizá también esté en la poesía. Por ejemplo, la excelente poeta mexicana Rosario Castellanos escribió un bello poema lamentándose por la carencia de opciones que sufrían las mujeres deseosas de hacer un cambio en sus respectivas épocas, preguntándose cómo sus infelices destinos podrían ser evitados. El poema se llama Meditación en el umbral:

No, no es la solución
tirarse bajo un tren como la Ana de Tolstoy
ni apurar el arsénico de Madame Bovary
ni aguardar en los páramos de Ávila la visita
del ángel con venablo
antes de liarse el manto a la cabeza
y comenzar a actuar.
Ni concluir las leyes geométricas, contando
las vigas de la celda de castigo
como lo hizo Sor Juana. No es la solución
escribir, mientras llegan las visitas,
en la sala de estar de la familia Austen
ni encerrarse en el ático
de alguna residencia de la Nueva Inglaterra
y soñar, con la Biblia de los Dickinson,
debajo de una almohada de soltera.
Debe haber otro modo que no se llame Safo
ni Mesalina ni María Egipciaca
ni Magdalena ni Clemencia Isaura.
Otro modo de ser humano y libre.
Otro modo de ser.

Rosario Castellanos hizo la pregunta, pero ¿quiénes tratamos de responderla? Nosotrxs, en la WisCon, quienes habitamos Utopía en este aquí y ahora, mientras hablo. Otras escritoras mexicanas han respondido a ese llamado a través de la imaginación: Sor Juana Inés de la Cruz, una monja del siglo XVII, nuestra escritora más brillante, imaginó un sueño en el que su alma sin sexo deja su cuerpo y flota entre las estrellas para acercarse a la compresión de los misterios del universo. Elena Garro descompuso los rayos del sol, disolviendo el tiempo y el espacio para que así la protagonista de La culpa es de los tlaxcaltecas pudiera escapar de su violento esposo y encontrara el amor en los brazos de un guerrero mexica. Y después de ellas vinieron escritoras como Gabriela Rábago Palafox, Blanca Martínez y también quienes ahora son mis colegas en la #MexicanxInitiative. A ustedes, incluyendo a John Picacio, también les doy las gracias por su generosidad y fortaleza y por ser familia.
Y hablando de familia, quiero dar las gracias al Cúmulo de Tesla por enseñarme cómo colaborar en amistad y armonía; por todo su cariño y apoyo, a mis queridos maestros Verónica Murguía y Alberto Chimal, quien me animó a hacer que se tradujera e hizo que se publicara en inglés Soñarán en el jardín. A mi querida amiga Libia Brenda, cómplice en el crimen de la ciencia ficción, y a todas mis amigas feministas y activistas que me regalan cariño, cuidados y apoyo de muchas maneras cada día, las admiro. Y gracias, sobre todo, a mi familia, por hacerme posible, por su generosidad, amor y cuidado: a mi mamá, mi papá, mi hermana, mis sobrinos: los quiero, les agradezco la vida.
Por último, quisiera recordar este fragmento de “Houston, Houston, ¿me escuchas?” de nuestra querida Tiptree:
“Las Judys preguntaron a Dave qué susurra, por supuesto. Cuando Dave entendió que no sabían qué era una oración y jamás habían visto una Biblia cristiana, se hizo un pesado silencio.
––Así que han perdido la fe ––dijo él, finalmente.
––Tenemos fe ––protestó Judy.
––¿Puedo preguntar en qué?
––En nosotras mismas, naturalmente ––dijo ella.”

Que esa fe siga creciendo a través del tiempo y el espacio. ¡Muchas gracias!


Gabriela Damián Miravete, 26 de Mayo , 2019.