miércoles, 28 de diciembre de 2016

Space Bitch





Aunque estoy apenas a unos kilómetros de mi hogar defeño, ahora mismo me siento en una galaxia muy lejana. Esa galaxia no es tanto la periferia de Cuernavaca en la que se ubica esta casa como el cuarto oscuro y caluroso en el que me he encerrado a tratar de terminar un libro, a ver si me sale el truco. 
Digo que me siento en una galaxia muy lejana pero no he podido escabullirme del todo del mundanal ruido (porque eso mero, Fray Luis de León). Pero esta no es la mejor época para jugar a las escondidas, y en la breve tregua de este retiro que fue la cena de Navidad hablé con mucha gente, abracé a mis amores, lavé los trastes y me enteré de que Carrie Fisher había sufrido un infarto. Me preocupé sinceramente, como quien se preocupa por un familiar, así de ridícula –o así de amplia mi capacidad para crear lazos familiares, usted escoja–. A quienes estaban conmigo y tenían el teléfono en la mano les pregunté, cada hora "¿Hay noticias de la Princesa?". Las notas eran ambiguas, así que lo peor ya se veía venir. 
Hoy la familia geek (gracias, Engendro, queridos sobrinos y Amigueitor) me avisó por teléfono que ya había muerto, igual que sucedió con todos los otros duelos colectivos de este año: Bowie, Prince, Cohen, Juanga, y ay, en esta misma fecha, Richard Addams. Incluso por la forma en que se han transmitido estas malas noticias se refuerza la sensación de que se pierde algo muy querido, muy cercano. No en balde casi todos los programas de televisión solían rematar con la frase "Gracias por dejarnos entrar hasta sus hogares". En verdad entraron, se quedaron, durmieron en nuestras camas y se bebieron nuestra sopa, la que nosotros, reverenciándolos, servimos con cuchara de oro a todos esos hermosos desconocidos.


Francamente estoy tristísima, como pocas veces, porque la princesa Leia significa mucho para mí. Y aunque ahora mismo me siento muy sola sin la posibilidad de chillar rrrrecio y colectivamente en Twitter, sé que no lo estoy. La Fuerza sufrió una terrible sacudida el día de hoy y hasta acá percibo a quienes están tristeando durísimo ahorita (y los abrazo).
Pero quisiera hablar, más que de la tristeza compartida por todos los que amamos Star Wars, de una más específica: esa que sentimos –estoy segura– las mujeres que crecimos bajo el ala reconfortante del peinado rarísimo y la lengua filosa de la Princesa Leia. Porque, miren:


Yo tenía cuatro años cuando la fiebre por la última cinta ochentera de La Guerra de las Galaxias llenó la casa de arturitos, citripios y yodas para mí y para mi hermana; sin embargo, a fuerza de incontables repeticiones de El imperio contraataca grabada de la tele en la Betamax familiar, el mensaje caló hondo: 1) Hay que dejarse el pellejo hasta acabar con el maldito imperio/el mal/las injusticias de la vida, 2) Si nadie se pone las pilas, una misma tiene que hacerse cargo, y tratar de proteger a los que una... ya saben; y 3) La fuerza está con nosotros, claro.


Leia dejó una impronta tan firme en mi cabecita que me acostumbré a esperar eso de las películas (y de la vida, para mi desgracia). Tan poderosa puede ser la identificación que para mí ella siempre fue el corazón de la saga, como lo sintetiza Tricia Barr en Cómo Star Wars me hizo feminista–aunque la franquicia no lo era: "En la Princesa Leia vi a un héroe, y en Luke, el camino para convertirse en un héroe como Leia", un sentimiento que me invadió de nuevo con el final de Rogue One, con todo y sus asegunes, pero eso da para otro post. Quizá lo escriba en un día más alegre que éste. 
Aunque es francamente un incordio, entiendo a lo que se refieren quienes me envían mensajes sorprendidos y hasta de felicitación porque me gusta Star Wars a pesar de que soy mujer (por favor, ya no hagan eso: en realidad no es un halago porque no es realmente raro, ni algo que adoptamos buscando que alguien nos "premie")



Como la misma Carrie Fisher lo dijo: "No hay que olvidar que estas películas son básicamente fantasías para muchachos", así que un montón de detalles dentro y fuera del universo de la saga hacen perfectamente comprensible el hecho de que los siete episodios y sus derivados no estén dentro del espectro de atención de muchas de nosotras; pero el personaje de Leia fue tan contundente, en gran medida gracias a la interpretación de Fisher, que puso en marcha una compleja e imparable maquinaria de historias y personajes femeninos que seguimos cosechando hasta ahora, y que desde el principio atrajeron a una legión de chicas para formar parte de la tripulación. No les vendría mal un poco de repaso de historia pop, muchachada: sepan que muchos de los primeros clubes de fans de Star Wars fueron comandados por ellas, aunque algunas preferían ser Han Solo a ser Leia (no hay que perder de vista que tampoco es indispensable sentirse atraído por algo a través de la representación). Para conocer ese universo paralelo en donde las fans eran tantas que se preguntaban dónde estaban los admiradores de la saga, lean Where The Boys Are de Pat Nussman, publicado en un fanzine en 1981. O échenle un ojo a este sitio de GeoCities (¡uuuhhh!) hecho por unas fans en 1997 para ñoñear acerca de las mujeres en Star Wars


Ahora: lo que la Princesa Leia implicó para la ficción crece y se ennoblece aún más con lo que la vida de Carrie Fisher representó también para Hollywood y para el mundo real. Aunque no lo parezca, estas dos esferas conviven muy bien en la misma frase: conocer cómo funciona la fábrica de los sueños puede extinguir las mismas ganas de soñar, aunque ese no fue el caso de nuestra querida Generala. Desde que su papá dejó embarazada a su mamá para luego fugarse con Elizabeth Taylor, Carrie Fisher fue testimonio de los estragos ocasionados por un sistema que pondera la apariencia física antes que cualquier otra cualidad humana, un ecosistema que considera indispensable la aprobación de los demás y deseable el escrutinio morboso de la vida privada. Nos advirtió de sus consecuencias (y no le hicimos caso, pues en los últimos años éstas se han convertido en voluntaria sobreexposición), pero también las asumió como parte de sí misma con humor y sabiduría, incluso, más que capitalizarlas, las puso sobre la mesa por si le eran útiles a alguien más, como su participación en The secret life of the Manic-Depressive, un conmovedor documental de Stephen Fry que les recomiendo ver completo:



Como siempre pasa con las personalidades públicas, más si son mujeres que le resultaron incómodas a la industria del entretenimiento, esta parte de la vida de Fisher es la que suele monopolizar los titulares, pero en realidad fue ella quien la entregó a los reflectores con generosidad, honestidad y gracia. Al hacerlo acompañó a muchísimas personas en sus propios procesos para lidiar con las enfermedades mentales, las adicciones o el simple y llano fracaso.
Carrie Fisher, además, fue una buena escritora que se arriesgó a contar lo que quiso, costase lo que le costase. Al final de esta entrevista, menciona cierta reseña negativa hacia Postcards from the edge, uno de sus libros (que siempre fueron prácticamente autobiográficos). "¿Quién puede conectar con la vida de esta chica? Nadie", dijo el crítico, a lo que ella responde aquí: "Son los sentimientos los que nos conectan. No es lo que te pasa, es cómo te lo tomas. Cuando lo escribí, cuando fui capaz de hacerlo, haya sido bueno o malo, fue un logro completamente mío. O mi propio... lo que sea".



También fue una afiladísima Script Doctor, es decir, una guionista de emergencia que mejoró los guiones de varias comedias memorables de los 90 sin llevarse crédito alguno por ello. Cuando este trabajo se convirtió en una más de las abusivas formas de explotación para la gente creativa, renunció sin quedarse callada. Este video de The Mary Sue resume lo que también debería formar parte del legado de Carrie Fisher en Hollywood: "No dejes que se aprovechen de ti. Valórate, lucha por tu propia causa, sé tu mejor defensa".


Volviendo a Leia, debo confesar que ésta me parece una época extraña en la que la omnipresente nostalgia y la celeridad con que podemos producir y reproducir aquello que nos construyó –a determinadas generaciones– nos ha dado la posibilidad de vincular la ficción y la vida ordinaria en segundos finales, en recapitulaciones y reescrituras interminables que, al mismo tiempo, pretenden ser definitivas: un punto final para la infancia, para ese pasado compartido. Aunque, por ejemplo, vimos crecer a Harry, Ron y a Hermione en la pantalla mientras nos hacíamos adultos, no imaginé que veríamos a la Princesa Leia convertirse en una mujer madura y sufrir el dolor de perder tanto a su hijo en el lado oscuro como a Han Solo en la muerte. Personalmente, habría preferido verla como se propuso en las historias del universo expandido de Star Wars: como una Jedi. Creo que, como fan de Star Wars, lo que más me duele es que esa posibilidad se ha ido para siempre, aunque algunos aún especulan que podría ocurrir en el Episodio VIII.

A muchos no les gustó The Force Awakens, pero a mí me fascinó precisamente porque, si bien Leia escogió enlistarse en las filas de la guerra y no en las de la paz, pude ver a Rey como hubiera querido verla a ella: mi corazón saltó fuera del pecho cuando el sable láser voló hasta su mano, y cuando fue capaz de ser una con La Fuerza en medio de un angustiante duelo.


Lo que siempre echo en falta cuando veo alguna película de la saga, e incluso cuando vi esa maravilla que es Rogue One, es precisamente poder disfrutar dentro de las historias ese vínculo que las espectadoras creamos con Carrie Fisher fuera de las salas de cine: escuchar cómo es que una de nosotras se opuso a lo que la dañaba, cómo triunfó, qué sintió cuando se hizo mayor, a qué cosas sobrevivió, cómo se hizo sabia. Carrie Fisher nos dijo que estaba bien tener miedo, porque hay cosas escalofriantes allá afuera; pero que también vale la pena enfrentarlas, sin importar que no seamos perfectas. Esa semilla de las mentoras está en TFA gracias a Maz Tanaka y a la presencia madura de la Generala Leia, pero aún no alcanza el nivel de la relación entre Obi Wan Kenobi y los Skywalker. Es una gran deuda por saldar.

Y buéh, claro: como se atrevió a envejecer, ni Leia se libró de los trolls, a quienes les respondió como se debe:


De entre las cosas que comienza a desenterrar la arqueología electrónica, me conmovió esta entrevista que Carrie Fisher dio a Carol Caldwell para la Rolling Stone en 1983. En ella, describe a Leia como una "Space Bitch" y consulta a Bruno Bettelheim para aclarar sus ideas respecto a Star Wars:
¡Las películas son sueños! Y trabajan subliminalmente. Se puede interpretar a Leia como capaz, independiente, sensata, una soldado, una luchadora, una mujer en control –"en control" es, por supuesto, inferior a "Ama"–. Pero se puede retratar a una mujer que es una experta y supera todos los prejuicios femeninos si la haces viajar en el tiempo, si le agregas una cualidad mágica, si la estás tratando en los términos de los cuentos de hadas. La gente necesita estas proyecciones más grandes que la vida. ¡Espera! Escucha esto –
La entrevistadora anota: "Oh oh. Ahora está sacando su libro de Bruno Bettelheim. Vuelve las páginas de Los usos del encantamiento: el significado y la importancia de los cuentos de hadas y encuentra una nota de pie de página –una cita de Mircea Eliade..."
Carrie de nuevo: ¡Ah, aquí! "Esto equivale a decir que los escenarios iniciáticos –incluso camuflados, como en los cuentos de hadas– son la expresión de un psicodrama que responde a una profunda necesidad del ser humano. Todo humano quiere experimentar ciertas situaciones peligrosas, confrontar pruebas excepcionales, abrirse camino en el Otro Mundo y experimentar todo esto, en el nivel de su vida imaginativa, oyendo o leyendo cuentos de hadas". Ahí lo tienes. Es por eso que Star Wars es atractiva: ves a alguien luchar contra el monstruo peligroso. Todos estamos buscando una prueba externa que nos cambie internamente.
Ella las halló de sobra, y las compartió con nosotros, en el arte y en la vida. 

Salgo a tomar aire. Afuera de esta microgalaxia, en el horizonte que no me había asomado a ver, el sol brilla como se supone que debe brillar en este lugar (como si no existiese el invierno) y una multitud de pájaros que mi ignorancia chilanga no puede nombrar sesionan en su parlamento de un extremo a otro del río, cuyo rumor apenas se escucha detrás de las ráfagas de los coches lejanos que cruzan a todo trapo la autopista hacia sus vacaciones. La belleza de todo esto parece ignorar que la gasolina va subir, que el mundo es un asco y que seguramente no va a mejorar sólo porque la cifra del año cambie. 
Vuelvo a mi galaxia lejana: regreso a la habitación, a tratar de terminar de escribir la historia de dos monjes de Suffolk que deciden viajar hasta Roma para conseguirle a una niña de piel verde, venida de otraparte, un alma cristiana e inmortal. ¿A quién carajos le va a importar esto? Y además no sé si lo consiga. Tengo miedo. 
Pero menos que antes cuando recuerdo:


Gracias por la compañía, la inspiración, las lecciones que no se acaban aquí, Space Bitch. Te querré siempre.



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